“Lee bien”

La poca correspondencia entre nuestras demandas de comprensión lectora y nuestros hábitos. O cómo el culto al libro termina metiéndole cabe a la promoción de la lectura.

Juan Luis Nugent
4 min readSep 5, 2016
‘Top Secret’ (1984)

Se le conoce como Ley de Godwin a ese postulado -surgido en la era de los foros de internet- que sostiene que, en cualquier debate, la posibilidad de que una de las partes invoque a Hitler o los nazis para replicar a los argumentos de su oponente se incrementa de manera proporcional al tiempo que dure la polémica.

Y si bien el advenimiento de las redes sociales no le ha quitado vigencia a la Ley, sí ha permitido enriquecer el repertorio de argumentos falaces en una discusión. Hoy, por ejemplo, ante la confrontación por nuestras propias palabras e ideas siempre podremos contar, tarde o temprano, con el comodín de la comprensión lectora. ¿No suena familiar? Es ese momento en toda discusión en el que un buen samaritano decide donar parte de su tiempo para decirte con claridad pedagógica: ‘Lee bien’ o su variante menos proactiva, ‘has leído mal’.

Nuestra fijación con la compresión de lectura solo es equiparable con la que tenemos por ránkings del tipo ‘Estos fueron los cinco libros más vendidos en la Feria del Libro’. Por no hablar del festín que es para la prensa cada nueva entrega de resultados de la prueba PISA. Hemos desarrollado un sentido común que confunde el culto al libro con el hábito de la lectura. Hablemos sobre lo último primero.

Otra lectura

Leer es profundamente desagradable. Demanda concentración, energía, tiempo y el uso de distintas partes de nuestro cuerpo que se desgastan en modos diferentes. Por si fuera poco, el ejercicio de la lectura, por definición, obliga a nuestro cerebro a desempeñar una función para la que no evolucionó. Y no se trata de una reducción al absurdo en defensa de la pereza para leer.

Stanislas Dehaene es un neurocientífico cognitivo francés y una de las personas que más ha estudiado el efecto de la lectura y la escritura en nuestro cerebro. En su libro ‘Reading in the brain’ (‘La lectura en el cerebro’), el estudioso explica cómo nuestras propias limitaciones como especie son las que han moldeado nuestras culturas, códigos y recursos. En otras palabras, no es que evolucionamos para desarrollar cultura, sino que la cultura evolucionó de manera que pudiera ser entendida por nuestro cerebro.

La tecnología de la escritura fue posible de inventar porque descubrimos que podíamos usar regiones de nuestro cerebro -destinadas para otros fines- para poder desarrollar letras, caracteres e ideogramas a los que dotamos de sentido y significado.

Tras la virtud

Se nos inculca desde niños que cultivar el hábito de la lectura nos hace mejores. Pero poco se nos habla de todos los otros aspectos desagradables y trabajosos que conlleva. Y esa es la razón por la que convertimos el leer en cuestión de virtud y no en el medio para llegar a un fin.

El énfasis en los beneficios de la lectura tiende a enfocarse en el libro como una entidad aislada. Así, desarrollamos un culto al objeto en detrimento de lo verdareramente importante: los hábitos lectores. Esos mismos que no solamente nos van a permitir cultivarnos mejor, sino que de manera probada, tendrán un impacto positivo en toda la sociedad: ciudadanos más informados, con mejor capacidad argumentativa y con mayor empatía.

Nos gusta tomar fotos de los libros que compramos por la misma razón por la que mostramos nuestra intolerancia a la crítica -y la autocrítica- mandando a leer a quienes nos ofenden. Porque queremos el supuesto prestigio que trae consigo la lectura, pero sin la inversión de recursos que demanda (o pensando que el dinero gastado es equivalente). Al final gana el marketing y las editoriales, pero el debate sigue empobreciéndose.

Es cierto: necesitamos que se consolide el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, que las bibliotecas municipales sean una prioridad de inversión, que estos espacios sean cómodos, acogedores y diseñados para que la gente quiera pasar tiempo en ellos. Hay muchísimo trabajo político por hacer en ese rumbo.

Pero hasta entonces, propongo ir de a pocos para cambiar nuestra mentalidad. Qué tal si, por ejemplo, comenzamos por terminar de leer los libros que ya tenemos antes de comprar otros nuevos. Tarea para la casa.

(Publicado originalmente en Revista h — Edición 59, agosto de 2016)

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Juan Luis Nugent

Periodista. Divulgación científica, televisión, música, cine y memes. juanluisnugent@gmail.com